Un lustro del manifiesto Última Llamada. Reflexión de V. J. Nácher

Estos días se cumple un lustro del Manifiesto de Última Llamada. No es posible decir que la situación haya cambiado, y mucho menos mejorado sustancialmente.

Por otra parte, la evolución política no inspira mucha esperanza. Andamos en la repetición de contextos sociales que recuerdan –y subrayo «recuerdan» porque todo evoluciona, no esperemos igualdad exacta– los años 20 del siglo pasado, en que la suma de aislacionismo, exacerbación nacionalista y ultraliberalismo llevaron a una situación únicamente resoluble por la vía bélica. En este contexto rebosante de déjà-vus sólo la Unión Europea aporta, por ahora al menos, un cierto grado de ruptura esperanzadora.

Ahora bien, transcurridos cinco años, ¿qué cabe hacer para cambiar las cosas? De entrada, cambiar la forma del relato. Por ejemplo, se sigue hablando del Cambio Climático en términos de temperatura, en lugar de hacerlo en medidas de potencia. ¿Cuántos millardos de kW supone un grado de temperatura en la atmósfera? Porque para la masa detritívora (gracias a Manuel Casal por el término) la temperatura se asocia, simplemente, a subir algo más el aire acondicionado en verano o la calefacción en invierno. Disponiendo de energía de sobra gracias al capitalismo, ¿a qué preocuparse?

Cambiemos los contenidos, pero también el medio que transmite el mensaje, porque este modelo de publicación tan solo convence a los convencidos. Fue, indudablemente, importante que tantas personas con proyección pública se uniesen en su firma, pero en la perspectiva que da el tiempo, su calado es claramente insuficiente. Recordemos lo ocurrido, por ejemplo, con uno de los informes sobre el riesgo de desigualdad más conocidos y leídos por todos los líderes mundiales: el de la comisión Brandt a lo largo de los años 80. Veinte años más tarde, James Bernard Quilligan seguía esperando alguna respuesta significativa. Y era el informe Brandt, nada menos.

Hemos de cambiar el mensaje, el medio, y sobre todo el nivel de institucionalización de la ecología, en el sentido sociológico del término institución: un conjunto de normas y estructuras organizadas alrededor de un conjunto de valores reconocidos y no cuestionados por la sociedad. El mejor ejemplo de ello es la religión. Pues bien, creo que mientras el ecologismo no sea interiorizado en el acervo común con la fuerza con que lo haría una religión, se convierte en un intento vano, dado el escaso tiempo disponible para impregnar la doxa.

Si nada de esto funciona en un muy corto plazo, quizás sea ya tiempo de ir releyendo la trilogía de la Fundación de Asimov, y buscar el medio para que la superación de la caída de nuestra civilización no comporte una espera de otro millar de años hasta el nuevo Renacimiento. O aún peor, prevenir que no quede nada por renacer.

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