Emilio Santiago Muíño: Sobre el manifiesto Última llamada (Un punto y seguido personal)

(Publicado previamente en el blog del autor y en el periódico local Voces del Pradillo.)

Emilio Santiago Muíño

Emilio Santiago Muíño

El pasado 7 de Julio, hace casi una semana, fue dado a conocer públicamente un manifiesto titulado Última Llamada, que quería dar una señal de alarma sobe la ausencia, en los debates de conformación de una alternativa social en este país, de lo que a juicio del grupo de científicos y activistas que lo hemos promovido es la cuestión fundamental de nuestro tiempo: el choque de la civilización industrial capitalista con los límites biofísicos del planeta.

Antes de nacer el manifiesto ya contaba con una fuerte y sorprendente adhesión, que hizo que saliera respaldado por casi 250 firmantes iniciales, entre los que destacaban figuras con mucho peso mediático en el panorama político de las izquierdas. Este hecho seguramente ha ayudado a que la difusión del manifiesto fuera mayor de lo esperado. Pronto Última Llamada fue traducido a varias lenguas y los firmantes se contaron por miles. Pero para ser fieles a la realidad, es necesario relativizar el supuesto éxito de la iniciativa, pues como comenta Antonio Turiel lo más probable es que casi nadie a pie de calle se haya enterado de esto: básicamente se ha tratado de un impacto de puertas para dentro. No obstante, seguramente ese era su sentido: remover conciencias entre aquellos y aquellas que ya tienen una disposición y una implicación en pos de la transformación social, pero siguen anclados en esquemas de interpretación de las cosas, y por tanto de proposición de soluciones, anacrónicos. Esquemas que quizá pudieron funcionar en 1929, pero ya no tienen sentido en siglo XXI, siglo en el que la economía mundial se ha transformado en un juego de las sillas geopolítico que sobre un planeta energética y materialmente esquilmado.

Digo seguramente porque lo que desde fuera puede dar una imagen de solidez y cohesión, no es más que una apariencia: el proceso de gestación y redacción del mismo fue caótico, precipitado por las prisas de no meternos mucho en el verano y en cierta medida chapucero. Esto explica números errores, como no haber contado con tantísima gente que hubiera tenido, sin duda alguna, un valiosísimo aporte en la redacción y difusión del mismo. También que el resultado fuera un texto-Frankenstein, que seguramente ninguno de los promotores comparta al 100% ni al 50%. Pero al final primó un cierto espíritu de consenso, y a trancas y barrancas el texto consiguió construirse y cumplir su cometido.

Por ello también puede resultar interesante que sus promotores, que nos hemos destacado del conjunto de las 250 firmas iniciales un poco a regañadientes y por la petición de numerosos comentarios en la web del manifiesto, expliquemos y maticemos, ya a título personal, algunas cosas (como por ejemplo hizo Antonio Turiel hace unos días, en un texto que también se puede consultar en la web del manifiesto).

Entre las críticas constructivas, se ha reprochado que el manifiesto tiene un tono catastrofista, y por tanto poco seductor. Sin embargo todos los datos científicos objetivos apuntan que el tiempo de los cambios graduales ha terminado, y es necesario plantear la cuestión socio-ecológica en su cruda realidad, que seguramente es bastante más aciaga de lo que en ese pequeño texto se puede entrever. Sobre todo teniendo en cuenta que por las peculiares características de nuestro sistema sociocultural, en el que para que cualquier cosa pueda tener existencia social tiene que pasar por el ojo de la aguja de su mercantilización exitosa, la dulcificación suicida de la verdad y la denegación cuentan ya con millones mentes trabajando a su servicio. En medio de la confusión de la sociedad del espectáculo y la polifonía mercantil en la que nuestra capacidad para la racionalidad colectiva se pudre, alguien tiene que no ceder al chantaje de decir lo que el público quiere oír (un público que tras 40 años de empacho cultural neoliberal somos demasiado adictos a las soluciones rápidas y los planteamientos infantiles —y hablo en plural porque nadie está a salvo de su tiempo y sus efectos: en ese sentido todos somos fatalmente contemporáneos y no puede ser de otro modo—).

Se ha criticado también que el manifiesto está, en sus firmantes iniciales, muy virado a la izquierda cuando se trata de una problemática transversal a toda la sociedad en su conjunto. Izquierda-derecha es una dicotomía que a mí particularmente me dice cada vez menos a la hora de configurarme un mapa operativo del espectro ideológico de la sociedad en la que vivo. Sin embargo aceptando el uso popular de estas palabras, es evidente que esto es así, que el manifiesto está descompensado a la izquierda. Y lo es casi por una rémora nostálgica: en la medida que una parte de la izquierda de este país conserva un cierto espíritu anticapitalista, aunque sea meramente emocional y mitológico (de todas formas es imposible confundir izquierda y anticapitalismo: la gran mayoría de las personas que se definen de izquierdas en las sociedades contemporáneas no son anticapitalistas ni por asomo; del mismo modo que sería posible pensar en gente situada muy a la derecha política que, desde otras coordenadas, se posiciona como anticapitalista —el filósofo ruso nacional bolchevique, engendro ideológico que no deja de ser una reinvención del fascismo, Aleksandr Duguin también se concibe como anticapitalista; es un ejemplo entre muchos—. Esto no quiere decir que todas las familias del anticapitalismo sean afines y compatibles, por supuesto).

Que el manifiesto hable de capitalismo es uno de sus puntos fuertes. Porque de este modo no se centra el foco de atención en las consecuencias (peak oil, cambio climático) sino en las causas profundas (un régimen socio-metabólico constituido sobre relaciones sociales fetichistas y obligado a crecer exponencialmente por la dinámica ciega que origina la competencia por la búsqueda de beneficio privado). Otra cuestión importante: que un problema como la crisis socio-ecológica sea transversal, que afecte a todo el mundo, no significa que su solución vaya a ser armónica, sin intereses contrapuestos. Al contrario: es evidente que ante la crisis socio-ecológica hay una pluralidad de opciones (que van desde el genocidio desatado por un ecofascismo bélico e imperialista a un socialismo libertario de base local). Y por tanto divergencia social y planes alternativos para el conjunto de la sociedad. En definitiva, conflicto político (que muchos con simpatías libertarias pensamos que no tiene que cristalizar necesariamente en una toma del poder estatal, o no al menos de modo único ni prioritario). Frente a lo que se pretende desde algunos movimientos en transición, que aspiran a superar la política en una acción puramente constructiva y totalmente inclusiva, la politización de la lucha por la sostenibilidad será un proceso inevitable porque la sostenibilidad puede descansar en proyectos de sociedad antagónicos.

Otro reproche relativamente común al manifiesto es su falta de datos y apoyo científico. Esto tiene una explicación sencilla: se trataba de un toque de atención muy sintético, al gusto de esta sociedad cognitivamente movida a ritmo de videoclip. Pero nada de lo que en él se afirma es gratuito. Cualquiera que lo desee puede profundizar en muchas de las publicaciones y herramientas web (Crisis Energética, Oil Crash por ejemplo) que llevan años haciendo una labor muy seria de documentación y divulgación al respecto. El respaldo científico está ahí para quien se interese en buscarlo.

Quizá la pega más interesante de las que se han puesto al manifiesto es la siguiente: las firmas de personas con posicionamientos públicos diferentes a lo que en el manifiesto se defiende le resta credibilidad (por ejemplo personas que apuestan por políticas económicas expansivas como solución a la crisis). Sin embargo, sacar a la luz este tipo de contradicciones es una de las mejores cosas que una intervención como esta podía hacer. Ahora hay una excusa, y una suerte de rito de paso, que permite sentarse a hablar con estos sectores sobre límites del crecimiento y transformación social.

Y es que posiblemente la gran mayoría de estos firmantes que luego siguen apostando por salidas keynesianas o productivistas no pecaron de mala fe ni oportunismo. Simplemente la idea de la crisis socio-ecológica que tiene mucha gente, incluida mucha gente de gran valía intelectual, es muy difusa: se intuye por pura lógica que no se puede crecer para siempre, que hay algo que no funciona en la relación entre capitalismo y bases naturales. Pero no se calibra el alcance ni muchos menos los plazos en los que nos movemos. Esta idea difusa permite pensar el futuro como un keynesianismo verde o Green New Deal, postura que además es alimentada y fomentada por otras voces distintas a las nuestras, voces que tienen tanta o más autoridad académica e intelectual que los promotores de Última Llamada (lo que significa que el debate sobre límites biofísicos al crecimiento sigue verde incluso en lo que se supone que son los centros punteros de producción de conocimiento social, como pudieran ser las universidades, aunque esta afirmación tiene más de marketing que de realidad, como pasa siempre en esta sociedad escaparate).

Por todo ello una de las vías más interesantes que abre el manifiesto es tener un referente común para emprender un proceso de clarificación del momento histórico presente. Este proceso, que sin duda será largo, tiene muchos frentes. Se puede dar, entre otras líneas de acción, en un diálogo fructífero entre grupos como el compuesto por los promotores de este manifiesto (y otros muchos grupos posibles, al fin y al cabo sus promotores sólo somos una parte minúscula de un conjunto gente que en este país trabaja desde hace tiempo con estos temas, se podrían dar cientos de nombres) con los movimientos sociales y políticos. En este diálogo aquellos que tienen una idea más formada de las condiciones materiales y ecológicas que marcarán el siglo XXI pueden ayudar a los movimientos sociales a calibrar el diagnóstico de esta crisis y sus implicaciones. Y al mismo tiempo, como en cualquier diálogo, estos grupos también aprenderán de los movimientos sociales y sus quehaceres: por ejemplo, sobre las dificultades enormes de llevar las ideas del decrecimiento, el ecosocialismo o el antidesarrollismo a la práctica cotidiana. Del dicho al hecho siempre mediará mucho trecho (parece que esto es un axioma que acompañará siempre la acción humana).

Muchas personas, estando de acuerdo con el manifiesto, nos han preguntado por alguna vía para pasar a la acción. Es imposible dar respuesta a esa inquietud. Desde hace décadas hay grupos de gente trabajando mucho y bien por un cambio social anticapitalista capaz de hacer las paces con los límites que impone La Tierra. La única manera de hacer algo es acercarse a estos colectivos, compartir, organizarse y aportar el granito de arena personal (sin grupo, cualquier acción individual cae en la trivialidad). Y si no existieran esas alternativas, siempre se pueden construir una adaptada al contexto de cada uno o cada una. Pero este paso es esencialmente personal, y nada de lo que podamos decir o hacer va a incentivarlo ni a encender esa chispa de voluntad necesaria (por suerte, entre los aprendices de brujo revolucionarios no se encuentran las artes ni los medios del publicista).

Por cierto, un último apunte que es una banalidad, pero es importante poner el acento. No se trata de salvar el planeta, como me han dicho algunos amigos cercanos tras leer el texto. Si la vida pudo sobrevivir a catástrofes como la extinción del Pérmico-Triásico sabrá quitarse de encima la febrícula ecológica que supone ese primate arrogante y venido arriba en el clímax de su borrachera antropocéntrica que es el ser humano (la personificación es un recurso retórico; evidentemente la vida no es un ente personal con voluntad). El planeta dentro de 20 millones de años estará vivo y será exuberante. Se trata de salvarnos a nosotros, de salvar la civilización humana en sus mejores potencialidades, que quizá ya no sean las que nos prometió el socialismo y su Reino de la Libertad, pero sin duda todavía tenemos capacidades para organizar una vida buena al alcance de todas y de todos. Y sí tampoco logramos esto, al menos podremos mitigar el colapso y efectuar un aterrizaje de emergencia; así evitaremos que el siglo XXI se lleve por delante precipitada, trágica e innecesariamente a miles de millones de seres humamos. Y con ellos también la dignidad y la alegría de estar vivo de los supervivientes.


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6 comentarios en “Emilio Santiago Muíño: Sobre el manifiesto Última llamada (Un punto y seguido personal)

  1. Para aquellos cuya única ideología es ganar dinero resulta fácil llegar a un consenso político. Pero para quienes reflexionan y tienen valores propios, lo mismo que define su virtud puede suponer una dificultad a la hora de concretar acuerdos. Hay tantas ideologías como personas. Y a más pensamiento, más capacidad para matizarlo y criticarlo todo, (por suerte).

    Sugiero que aprendamos a valorar la deliberación, esa dinámica que se alimenta de la diversidad del pensamiento, como aquello que precisamente logra ponernos en relación. Busquemos esta vida política más allá de la impersonal uniformidad propia del dinero y de los fanatismos. Y valoremos cada consenso como un hito. Yo no creo que el texto final haya sido tan Frankenstein, (y además este personaje merecía cierta comprensión).
    https://sites.google.com/site/autonomiaybienvivir/home/soluciones/6-participacion-y-democracia

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  2. El dilema del crecimiento, que tan bien refleja El Roto, delata un problema de distribución o de disposición universal de recursos básicos. ¿Cómo no va a verse implicada la ideología por muy transversales que sean las consecuencias? Me temo que no todas las ideologías tienen la misma proximidad a la posibilidad de compartir mejor los recursos del planeta y los frutos de la producción así como el coste -en horas de trabajo- de llevarla a cabo. Además no estamos en la época del keynesianismo (que también se denuncia en el texto) y por tanto es lógico poner el acento en lo que ahora nos asfixia y nos crea ansiedad por crecer más, la desigualdad propia del neoliberalismo. Pero en cualquiera de los casos, estamos lejos de una comprensión social de la necesidad de independizarnos del crecimiento. Valoremos cada paso y contribuyamos a que esta reflexión llegue a más personas:
    https://sites.google.com/site/autonomiaybienvivir/home/soluciones/2-una-economia-a-escala-optima

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  3. Excelente la argumentación alrededor del texto. Igual que la de A. Turiel de hace unos días. Sería una maravilla poder leer algo así, al menos de todos los «promotores» del texto. La de Juan Diego Botto no me interesa, lo siento.

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